"La patá en los cohones", llama un buen amigo mío a las adversidades que cada uno de nosotros nos encontramos a diario en nuestro camino, esas cositas que nos molestan aunque sea sólo un instante en nuestro quehacer cotidiano. Desde una simple riña con un compañero de trabajo hasta un roce con el coche pasando por un dolor de muela. Cualquier mínimo acontecimiento imprevisto nos molesta, nos desvía del planning cotidiano de que no pase nada, y que llegue pronto la hora de salir de currar.
Dos palabras mal dichas hacen tambalear por unos segundos una bonita relación de amistad, pero vuelven enseguida al lugar de origen. Una mala mirada hace sospechar un momento de dudas interminables, pero el río vuelve a su cauce. Y todo ello porque nuestra forma de ser se impone, y puede con todo ello. Puede con ese mal rato, con ese mal humor que nos ha invadido por un momento. Hoy te has ido, pero has vuelvo al instante, y yo sigo aquí.
No es de pobres la pobre comida. No me molesta tu mala mirada, ni tu triste sonrisa si encuentras en mi un abrazo sincero. Si al arrepentirte buscas mi mano, la vas a encontrar, igual que espero encontrarte yo cuando te busque, y sé que si. Porque ningún dolor dura cien años, y los años me han enseñado a no dejarlos pasar. A aprovechar cada momento, que todos necesitamos la sonrisa del prójimo, la tierna mirada del que está frente a ti.
Y aunque tu mundo no esté en ese preciso instante despierto para recibir ninguna sonrisa, tu alma se ilumina. Tu subconsciente se altera, memoriza, graba ese momento y luego recuerdas lo magnífico que fue que te sonrieran en ese preciso segundo, porque te devolvieron en esa sonrisa un nuevo soplo de vida, una alegría perdida, que te encamina hacia un nuevo destino, una nueva ilusión.
Y ganas la partida. Porque siempre hay que ganarla.
Dos palabras mal dichas hacen tambalear por unos segundos una bonita relación de amistad, pero vuelven enseguida al lugar de origen. Una mala mirada hace sospechar un momento de dudas interminables, pero el río vuelve a su cauce. Y todo ello porque nuestra forma de ser se impone, y puede con todo ello. Puede con ese mal rato, con ese mal humor que nos ha invadido por un momento. Hoy te has ido, pero has vuelvo al instante, y yo sigo aquí.
No es de pobres la pobre comida. No me molesta tu mala mirada, ni tu triste sonrisa si encuentras en mi un abrazo sincero. Si al arrepentirte buscas mi mano, la vas a encontrar, igual que espero encontrarte yo cuando te busque, y sé que si. Porque ningún dolor dura cien años, y los años me han enseñado a no dejarlos pasar. A aprovechar cada momento, que todos necesitamos la sonrisa del prójimo, la tierna mirada del que está frente a ti.
Y aunque tu mundo no esté en ese preciso instante despierto para recibir ninguna sonrisa, tu alma se ilumina. Tu subconsciente se altera, memoriza, graba ese momento y luego recuerdas lo magnífico que fue que te sonrieran en ese preciso segundo, porque te devolvieron en esa sonrisa un nuevo soplo de vida, una alegría perdida, que te encamina hacia un nuevo destino, una nueva ilusión.
Y ganas la partida. Porque siempre hay que ganarla.
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