domingo, 13 de septiembre de 2009

El buen humor de las palabras

¿Porqué se escribe? Quizás por la necesidad de dejar constancia de pensamientos y sentimientos que de otro modo no se reflejan, o no se consiguen reflejar adecuadamente. ¿Escribe quién habla? ¿Habla quién escribe? No lo sé, sólo sé que yo hago las dos cosas jajaja. Y reírme. Mucho. Tantísimo que a veces lo contagio a los demás, y el buen humor se ha convertido en una misión cada vez menos imposible. Siempre teniendo en cuenta de que se rían contigo, y no de ti. Aunque esto segundo ocurre también, sin buscarlo, por una metedura de pata o cosas así, pero si sabes llevarlo, no te afecta en negativo. Yo sé llevarlo.
Pero el buen humor no es sólo hacer reír sin más, o reírte tú mismo. Es una forma de ser, un modo de vivir. Va contigo, conmigo en este caso, y llena todos esos huecos que la vida te va dejando, y que no son pocos. Amor (desamor más bien), lejanía, pérdida de seres queridos, discusiones con amistades - compañeros de trabajo - familiares (las más dolorosas), etc... son solo algunos ejemplos de lo que a diario llevas contigo, en la cabeza y en el corazón, y que hace que te vayas vaciando poco a poco. Y hay que rellenarlo.
El tiempo a veces es buen compañero. Dejar las cosas correr es una manera de que todo en la vida vuelva a su sitio original, pero pienso que no es suficiente.
Dicen que es innato ver todo en positivo, que va con la persona, que se nace con eso. En cierto modo imagino que será verdad, pero también se cultiva, se labra, se va creando... Cada día, cada momento, cada mirada, cada palabra. Y eso sí que es complicado, las palabras. Hacer sonar en la voz la mezcla de pensamientos y sentimientos que están dentro de ti, acompañado de la melodía que ronda en tu cabeza en ese momento, de la ternura con la que lo has ido fraguando en tu interior, etc.. Para que luego no salga ni la mitad de parecido a todo eso, y la mitad que se pierde, perdida queda.
Es complicado hablar, y plasmar el conjunto de todo tú mismo en unas pocas palabras que cautiven la atención de la otra u otras personas, y mantener ese interés. Conversar es realizar una entrada brillante con palabras interesantes, para luego encadenar otras cientos de palabras más que no decaigan por debajo del nivel ya establecido desde el inicio. Y no es nada fácil. Y la intención seguirá siendo la mejor del mundo, y el sentimiento también, pero las palabras se van perdiendo en la inmensidad de lo turbio y lo pesado, y ahí quedó.
Fácil no es nada en realidad. Todo es un trabajo, una constancia, que desgasta a quién lo pone en práctica, pero que es necesaria para que cada día, cada momento cerca de otras personas, sea meritorio de un aprobado al menos, cuando no de un sobresaliente. Contrariamente a la inmensa mayoría, pienso que la felicidad no está en la otra persona, si no en uno mismo cuando se está con esa persona. Y en uno mismo es dónde hay que seguir buscando los valores más reales y básicos que existen en ti, y que descuidamos tanto que los perdemos.
El mal humor es violencia. Es un daño que hacemos a los demás, y cada cual somos culpable de ello. No se hace daño si no se quiere hacer, es así. A todos nos invade la monotonía, la pesadez de la rutina diaria, el estrés, la saturación de pensamientos sin realizar. Nos invade la pena, sobre todo cuando no debe. Y el mecanismo de defensa es siempre el mismo: mala cara, malos modos, malas palabras, malas miradas, mal comportamiento en general, y, lo peor, pagarlo con el primero que se cruce. Y eso no puede ser.
Hay que buscar alternativas al mal humor, asimilarlo de otros modos diferentes. Aplacarlo, no revertirlo en el exterior, que es el que nos nutre a diario de buenos momentos y malos, pero que no merece en ningún caso una complicación más como la mala uva que podamos tener en ese momento. Hay que reír, sonreír, ser amables. Como dicen, la cara es el reflejo del alma, y lo que hay que notar en tu cara es la tranquilidad que existe en ti.
La sonrisa del payaso no es sólo pintada, va con él.

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